Michael no se había ido de la casa de Caira porque quisiera. Había algo que lo estaba afectando. Algo que lo tenía atrapado, parcialmente. Algo nuevo para él. En estos momentos, él quería cancelar que Caira viniera a su casa mañana, quería decirle que ya no la quería ver más, que se fuera de su vista. No era odio. No podía seguir así. No sabía que sentía… su cabeza daba vueltas, y estaba demasiado confundido. La sonrisa, rostro, tacto de Caira lo hacía electrizarse, no sabía por qué, pero así era. Pensaba demasiado en ella, no la quería dejar sola. Y definitivamente, no quería que nada le pasara, estaba dispuesto a todo, por su felicidad.
<<esto no puede ser amistad. Ni hermandad. Es algo más…. ¿pero qué?>> pensaba Michael, en su cama, sintiendo que esta confusión lo llevaría a la ruina.
Dos meses de relación… ¿eso era suficiente para llegar a querer a alguien?, ¿para estar dispuesto a todo por ese alguien?, él pensaba que no. Pero… era su realidad. Y había algo más, oculto… profundamente en su corazón había algo más, algo más fuerte, y por ese algo había dejado a Caira confundida por su mirada, de confusión. No sabía qué hacer. Pero ya tenía compromiso de la invitación, aguantaría su frustración. Y en cuando a sus sentimientos desconocidos, vería que hacía con ellos, cualquier cosa que no lo hiciera alejarse de ella, estaba bien.
Me sentía ridícula. ¿Por qué?, es sencillo: me estaba arreglando como toda una “chica normal” y eso me asustaba. Y para el toque traumático final: un vestido, corto, pero era un vestido. Me peinaba finamente, aun traumada por mi vestido y zapatillas como salido de una de esas películas de romanticismo, un vestido celeste pastel con tirantes y una enorme moña trasera del mismo color, con zapatillas blancas y una chaqueta de algodón con botones blanca. Que miedo. Termine de peinarme y con disgusto tome mi bolso y salí al parque. Pensaba que la tarde iba a estar igual que en la mañana, todo nublado y frío; pero resultaba que el calor del sol estaba reluciente y una brisa deliciosa pasaba por el ambiente. Caminaba normal por la calle, sintiéndome rara por mi vestuario, pero todo estaba bien. Llegue al parque y me senté en una banca ya que no miraba a señales de Michael ahí. Suspire. ¿Por qué se había portado así?, él no era así; pasaba algo con él, y eso me asustaba demasiado. Esa inseguridad no me dejaría tranquila, me hacía ponerme nerviosa, y eso afectaría al conocer a los padres de Michael, si es que estaban en casa. Suspire una vez mas en mis frustraciones.
-hola…
Una voz melodiosa me hablo a mis espaldas. Me voltee.
-hola Michael…
-¿Qué pasa?-pregunto preocupado.
-nada, solo te esperaba-sonreí ligeramente, sin gana alguna.
-¿llevabas mucho tiempo?
-no sabría decirte. Me distraje…
-bueno si fue así lo siento. Tuve que pasar haciendo un mandado, pero ya estoy aquí.-
Era como si tratara se seguir siendo el mismo. Poco a poco volvía su amabilidad y jovialidad.
La verdad era que yo no podía seguir así. No quería seguir fingiendo que no me preocupaba. Tenía que preguntarle qué rayos pasaba con él.
-¿Michael?
-¿sí?
-toma asiento-con duda se sentó a mi lado-quiero preguntarte algo… ¿puedo?-dije amablemente.
-si claro, lo que quieras.
-¿estas molesto por algo?…. ¿por alguien?
-¿Qué prefieres?… ¿que sea un hipócrita o que al decir la verdad te sientas insegura?
-la razón lo dirá.
-no me pasa nada exactamente. Solo que estoy algo nervioso… es la primera vez que llevo a una amiga a casa… bueno una amiga real, porque mis pasadas “amigas”, tenían una plástica personalidad. Uno no tiene que fingir lo que no es. Y tu Caira… tú eres especial.
-suspire-yo debería de ser la nerviosa. Conoceré a tu padres… no me asusta, solo estoy… dudosa…
-¿de qué?
-no se… nunca he estado segura de mi misma, no quiero causar una mala impresión.
Michael se acercó más a mí y me puso su brazo en mis hombros y mi cabeza contra su pecho.
-no te… preocupes por nada. Todo saldrá bien. Aun si nada sale bien… con que no te pierda todo estará bien.
Su voz pasiva y tono suave siempre me tranquilizaba. Incluso ahora que el problema de nervios sí que era grande.
-subí el rostro-prométemelo.-lo vi a los ojos, y me quede en ellos.
-te lo prometo.
El camino a su casa fue en cómodo silencio. A veces cruzábamos miradas y sonreíamos para darnos confianza, aunque seguía sin entender del todo la causa de su nerviosismo, aunque era tierna la razón, era confuso. Llegamos al enorme portón, el cual se abrió en segundos, pasamos por un diferente camino al que yo había recorrido cuando vine aquella sorprendente vez. Fuimos por un camino de rocas lisas que formaban un tornado camino, por entre árboles y flores, que dejaban caer los tenues rayos de sol de la tarde. Al fin llegamos a un espacio donde estaban los garajes, Michael dejo su auto en un, se podría decir, “estacionamiento apartado”, estaba a unos metros de los garajes, pero escondido entre los arbustos, aunque accesible para salir. El camino me había tranquilizado bastante, sus jardines eran hermosos.
Apago el auto.
-llegamos.
-tu casa es hermosa.
-este solo es uno de los rincones-me miro amablemente-falta que mires la casa en sí.
Suspire. Y él se bajó del auto y me abrió la puerta ayudándome a salir con su típico ademán.
-gracias.-dije viendo los alrededores.
-qué lindo vestido-dijo galantemente.
-muchas gracias-sonreí. Sorpresivamente no me sonroje.
-bueno señorita-sonrió juguetonamente-es hora de entrar.-tomo mi mano.
Sentí electricidad. Siempre sentía eso con su tacto. Bueno, tal vez se debía a los nervios o el usaba mucha lana, en fin no había de que preocuparse sobre esa reacción. Al menos eso creía.
Caminamos por un camino que dirigía a la casa, nos empezamos a tranquilizar y juguetear con nuestras manos, con el movimiento típico de niños caminando por ahí, nos empezamos a reír de la nada, algo que pasaba mucho entre los dos, hasta que llegamos a le puerta y nos detuvimos en seco, parando la risa.
Nos miramos el uno al otro y le apreté fuerte la mano. El abrió el picaporte sigilosamente, hasta que al fin la puerta se abrió y el entro en el mismo modo en el que abrió el picaporte y yo me aferre a su pecho como niña asustada en las faldas de su padre, y el solo sonrió, tal vez era ternura porque me acaricio la cabeza suavemente. Entramos y el cerro la puerta tranquilamente. Estábamos en su casa finalmente. Rodeados por fina y elegante decoración, un ambiente tranquilo, mientras la tarde calentaba el ambiente con delicadeza.